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¿Y tú tienes pedigrí?

¿Y tú tienes pedigrí?

Se le dice pedigrí al análisis documentado de la genealogía de un animal de cierta especie y es utilizado como método de selección y garantía de pureza de raza en la crianza de tal especie.  La palabra procede de la expresión «pied de grue», «pata de grulla», con la que los franceses se referían a las marcas rectas con forma de pata de grulla que los primeros criadores ingleses de caballos utilizaban a modo de árbol genealógico para seleccionarlos. La pronunciación inglesa de «pied de grue» acabó convirtiéndola en «pedigree», castellanizándose luego a «pedigrí».

Este análisis tiene el objetivo principal de facilitar la manipulación genética a fin de preservar ciertas características deseadas en la descendencia de tal individuo, como la velocidad en los caballos de carreras, el olfato en los perros de caza o la producción láctea en las vacas lecheras, pero no significa que alguna raza en particular sea superior a otra de su misma especie.

Sin embargo, se ha generalizado la idea de que así es. Que un individuo es superior a otro tan solo por el hecho de tener reconocida y documentada su genealogía, de tal manera que llega a obtener mayor aprecio que un espécimen sin pedigrí.

Pero el error no se queda ahí. La creencia también se aplica a los seres humanos y tal vez desde mucho antes de la manipulación genética en animales, siendo esto el origen de muchos conflictos sociales.

Y es que nuestra natural necesidad de reconocimiento y prestigio nos juega la mala pasada de obligarnos a demeritar a los demás en lugar de subsanar nuestras carencias y debilidades. Y entonces echamos mano de lo que sea para satisfacer a nuestro ego y surgen los juicios de valor en función del color de piel, estatura, complexión, origen geográfico, preferencia sexual y hasta la ocupación de los padres.

En la historia de la humanidad son muy conocidos los problemas generados por la creencia de que hay razas superiores. El nazismo es el mayor ejemplo, ya que predicaba la superioridad y supremacía de pueblo germano (raza aria) frente a los demás pueblos de Europa, entre otras cosas. Esto fue echado por tierra dentro de los XI Juegos Olímpicos efectuados en Berlín en 1936, donde el atleta más destacado fue el estadounidense James Cleveland “Jesse” Owens, de origen africano. Sin embargo, Jesse Owens no recibió tanta discriminación en la Alemania Nazi como en su propio país, donde tuvo que usar elevadores de servicio para llegar a las recepciones en su honor, pernoctar en hoteles asignados e incluso nunca fue invitado a la Casa Blanca como  los demás atletas caucásicos.

Pero la discriminación por el color de piel o el origen étnico no es la única forma. Si clasificáramos las formas de discriminación que se han mostrado a lo largo del tiempo, la peor forma sería el clasismo, que se da entre individuos con muchas similitudes y muy pocas diferencias del tipo circunstancial, como podría ser el grado de estudios o el parentesco con figuras públicas o prominentes.

Pensar que una calificación aprobatoria de la Universidad de Harvard es superior a una de la UNAM es irreal porque las capacidades y deficiencias de una persona se pueden manifestar en cualquier lugar y bajo cualquier esquema. Y no hay manera de justificar a los que se sienten superiores por tan solo ser familiares de algún político, empresario o artista encumbrado. Y es aún peor creer que por ser poseedores de un alto poder adquisitivo se es merecedor de privilegios.

Este complejo de superioridad es un mecanismo inconsciente con el que se intenta compensar los verdaderos sentimientos de inferioridad presentes en la psique del individuo. En una sociedad tan competitiva como la humana, es común llegar a pensar que no estamos a la altura de los demás en uno o varios aspectos. Es ahí cuando se pierde de vista la realidad y los deseos egoístas toman control de los actos hasta llegar a la discriminación en cualquiera de sus formas.

Es evidente que la competencia es buena. Millones de años de evolución lo demuestran. Pero hay que enfocar al individuo en formación (niños y adolescentes) a competir sin menospreciar la estimación propia. Que un resultado adverso no signifique desprecio o falla, sino una oportunidad de mejora. E incluso, si hay alguna área donde no se tiene buenos resultados, renunciar y probar otras. Es frecuente encontrar personas que tienen, por ejemplo, habilidades artísticas que no desarrollan por estar ocupadas en otras labores. Y aunque la perseverancia es un muy buen rasgo de carácter, hay casos en los que sería mejor emplearlo en actividades con mayor probabilidad de crecimiento.

Así mismo, fomentar en las nuevas generaciones la unidad y el respeto mediante el ejemplo. Los niños aprenden a discriminar cuando lo ven en los adultos (padres incluidos) por lo que corresponde a esta generación el buscar el cambio de actitudes para sí mismo a fin de transmitirlo a hijos y nietos y de esta manera ir diluyendo este mal social.

 

Luciano García

Twitter: @Luciano__Garcia

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